Este ensayo se publicó también en Health Affairs el 3 de enero de 2022.
El año pasado, las muertes por sobredosis de drogas en Estados Unidos superaron una marca inconcebible: 100,000 muertes en un año. Esta es la mayor cantidad de sobredosis de drogas en la historia de nuestro país, y los números continúan aumentando mes a mes.
Existe la necesidad urgente de implementar la respuesta coordinada a nivel nacional que una tragedia de esta magnitud demanda. Datos recientes de 2020 indican que solo el 13% de las personas con trastornos por consumo de drogas reciben algún tipo de tratamiento; solo el 11% de quienes sufren un trastorno por consumo de opioides reciben uno de los tres fármacos inocuos y eficaces que podrían ayudarlos a dejar la droga y permanecer en recuperación.
La magnitud de esta crisis exige creatividad y la disposición a abandonar supuestos antiguos, poco útiles y sin fundamento sobre cómo deben ser el tratamiento y la recuperación. Uno de ellos es la tradicional perspectiva de que la abstinencia es el único propósito y el único resultado válido del tratamiento para la adicción.
Si bien al evitar completamente el consumo de drogas o alcohol se reducen al máximo los riesgos para la salud —y a menudo la abstinencia es necesaria para la recuperación sostenida—, diferentes personas pueden necesitar opciones diferentes. Los retornos temporales al consumo después de períodos de abstinencia forman parte de muchos caminos hacia la recuperación, y no se debe descartar el hecho de que algún consumo de drogas o el uso continuado de otras sustancias, incluso durante el tratamiento y la recuperación, podrían significar un avance para ciertos subgrupos de individuos.
La reducción de los días en que se bebe alcohol en exceso ya se reconoce como un resultado clínico importante en la investigación y el desarrollo de fármacos para tratar el alcoholismo. Otros resultados clínicos distintos a la abstinencia, como la reducción del consumo, se están tomando en cuenta en la actualidad en los ensayos de fármacos para los trastornos por consumo de drogas. Eso podría facilitar la aprobación de una mayor variedad de medicamentos para tratar la adicción y permitir la introducción de fármacos que tratan los síntomas asociados, como los trastornos del sueño y la ansiedad. Los fármacos que se utilizan actualmente —metadona, buprenorfina y naltrexona— han demostrado ser eficaces en la reducción del riesgo de recaídas y en mejorar otros resultados en pacientes con trastorno por consumo de opioides, pero una mayor variedad de opciones podría beneficiar a más pacientes. Y también se necesitan medicamentos para tratar los trastornos por consumo de otras drogas.
El retorno temporal al consumo de drogas es tan común y anticipado durante el tratamiento y la recuperación que la adicción se describe como un trastorno crónico de recaídas, tal como algunas enfermedades autoinmunitarias. No obstante, estos retrocesos pueden ser vistos como fracasos por familiares, amigos, comunidades e incluso por los médicos, como si fuera un evento que vuelve a colocar en cero el reloj de la recuperación. Incluso en algunos programas de tratamiento para la drogadicción se expulsa a los pacientes que tienen resultado positivo en un análisis de orina.
En los entornos del cuidado de la salud y en la sociedad en general se debe superar esta visión moralista y dicotómica del consumo de drogas y la abstinencia, así como las prácticas y actitudes de juicio que la acompañan.
Todavía queda mucho por conocer sobre los diferentes senderos que puede seguir la recuperación, pero en la ausencia de conocimiento, no debemos guiarnos por estereotipos. Las investigaciones en el campo de la adicción a la nicotina muestran que el primer cigarrillo que fuma una persona luego de un período de abstinencia aumenta el riesgo de retornar al patrón de tabaquismo que tenía antes de iniciar el tratamiento, pero no siempre tiene ese resultado. Todavía son necesarias más investigaciones sobre las consecuencias de retomar el consumo de opioides, estimulantes o cannabis luego de un período de abstinencia, pero hay poca evidencia que respalde el supuesto —reforzado por películas y programas de televisión— de que un solo retorno al consumo de drogas debido a una única pérdida de determinación llevará automática y directamente a esa persona al consumo compulsivo de antes.
Tal vez la medicina pueda aprender del mundo de la recuperación, donde cada vez se hace mayor distinción entre un solo retorno al consumo —un resbalón o lapsus— y el retorno a los patrones de consumo intenso y compulsivo de la adicción activa de una persona, que es el concepto más estereotípico de la recaída. El propósito de la distinción es reconocer que la determinación de recuperarse de una persona puede incluso verse reforzada por esas recaídas, y que esos eventos no deben ser necesariamente catastróficos para la recuperación.
Un retorno al consumo de drogas después de un período de abstinencia también puede, en algunos casos, conducir a un consumo menos frecuente que antes del tratamiento. Ese trayecto se ha identificado en las investigaciones sobre los resultados del tratamiento para el consumo de drogas y alcohol en los adolescentes. En el caso de algunas drogas, cualquier reducción en el consumo es presumiblemente benéfica: el consumo menos frecuente de drogas ilegales significa que la necesidad de obtener la droga es menos frecuente y que existen menos oportunidades de transmisión de enfermedades infecciosas o de una sobredosis fatal. También puede aumentar la probabilidad de que una persona pueda desempeñarse como un miembro solidario de la familia, mantener un empleo y tomar otras decisiones saludables en su vida.
Pero mientras el tratamiento siga siendo visto como exitoso solamente si el resultado es la abstinencia, incluso una sola recaída puede desencadenar sentimientos innecesarios de culpa, vergüenza y desesperanza. Si una persona siente que es mala, débil o deficiente por consumir una bebida o una droga después de un período de recuperación, existe la posibilidad de que esos lapsus se conviertan en recaídas más graves. Tal como están las cosas ahora, un solo desliz puede producir un resultado positivo en un análisis de orina o forzar a un paciente honesto a autorreportar el retorno al consumo de drogas, lo cual puede desencadenar el juicio y las políticas punitivas de su programa de tratamiento o de la ley, además de activar el sentimiento personal de que ha fracasado nuevamente y no hay esperanza para su recuperación.
Otro efecto negativo de igualar el éxito del tratamiento con la abstinencia y el consumo de drogas con el fracaso del tratamiento es que algunas personas con trastorno por consumo de drogas no están listas para abandonar completamente el consumo. De hecho, esta es una de las principales razones por las que aquellos que podrían beneficiarse del tratamiento de la adicción no procuran obtenerlo. Si bien puede no ser ideal ni óptimo, tratar un trastorno por consumo de opioides o metanfetaminas incluso cuando la persona continúa consumiendo cannabis o alcohol representaría un beneficio neto para el individuo y para la salud pública.
Enfrentar la adicción en forma realista y pragmática requiere no permitir que lo perfecto sea enemigo de lo bueno. En este momento, necesitamos todo lo bueno que podamos obtener. También significa ofrecer ayudas a las personas con trastorno por consumo de drogas que las protejan contra las peores consecuencias del consumo. Los programas de servicios de jeringas reducen la transmisión del VIH y ofrecen un punto de entrada al tratamiento; la distribución de naloxona a quienes consumen opioides y sus familias reduce las muertes por sobredosis. Ninguna de estas medidas incrementa el consumo de drogas en las comunidades que las implementan, una inquietud frecuente de sus críticos.
Otras modalidades de mitigación de daños que se están estudiando incluyen equipo personal para pruebas de detección de drogas —como tiras reactivas de fentanilo— y centros de prevención de sobredosis, donde las personas pueden consumir drogas bajo supervisión médica. Estos centros ya funcionan en otros países y, a fines de noviembre, estaban disponibles en la ciudad de Nueva York. Esos servicios podrían ayudar potencialmente a mitigar algunos de los riesgos asociados con las recaídas, como el mayor riesgo de sobredosis debido a la disminución de la tolerancia. Esto último es actualmente causa de muchas sobredosis fatales cuando las personas salen de la cárcel, por ejemplo.
La drogadicción es una enfermedad crónica tratable que tiene factores genéticos y sociales bien conocidos. No es una señal de debilidad ni de moralidad cuestionable de la persona adicta. El consumo continuado o intermitente de drogas, incluso por parte de personas que saben que tienen un trastorno y están esforzándose por recuperarse, debe reconocerse como parte de la realidad del trastorno para muchos de quienes luchan con él. Del mismo modo que debemos dejar de estigmatizar la adicción, también debemos dejar de estigmatizar a quienes consumen drogas como malas personas o personas débiles de carácter y, en vez, ofrecerles apoyo para ayudarlas a evitar las consecuencias más perjudiciales de la adicción.
Dra. Nora Volkow, directora
Aquí destaco la importante labor que está llevando a cabo el NIDA y otras novedades relacionadas con la ciencia detrás del consumo de drogas y la adicción.